Diez años de silencio
Mi última entrada real, pública, es Décadas. Anillos en el árbol, de octubre de 2013. He escrito pública, no publicitada. Era una despedida, y me pareció presuntuoso anunciarla en mis redes sociales del momento; sólo la han leído contadas personas a las que les he pasado el enlace. Creo que es un texto triste. Después, salvo textos circunstanciales o recuperados, diez años de silencio. Cuando elegí el silencio, cuando me bajé del candelabro, era un acto de protesta ante el ruido ambiente; hoy creo que ha sido una concesión.
En este tiempo sólo he escrito algunos apuntes y empezado muchos estudios.
En 2013 creía que iba a ser capaz de escribir artículos filosóficos como cuando escribía artículos, uno al mes; hice un listado de preguntas, y me puse a estudiar para intentar responderlas. No lo he conseguido; después de diez años de lectura y reflexión tengo las mismas dudas que entonces — ¿qué esperaba? ¿resolver en un mes problemas que tiene dos mil años?
Anillos en un árbol. Hoy, desde otro anillo, miro alrededor. El tema de la educación ya estaba manoseado cuando me fui, es normal que se pudriera. Contemplo el campo de batalla de la opinión educativa, repleto de heridos y desencuentros, todos con su trozo de razón y su porción de amargura, cuando era tan sencillo: competencias y contenidos, la tortilla y los huevos, no tienen sentido por separado.
Miro más cerca: veo la vejez que llega, nos abraza sin que podamos evitarlo, nos confirma —memento— que nosotros también. Cada cierto tiempo el mundo se renueva y hay que empezar todo de cero, y lo que sabemos los viejos, esos pesados, no sirve para nada. Eso permite a los jóvenes contar las mismas historias como si fueran nuevas, ilusionarse con los mismos espejismos…