Décadas. Anillos en el árbol
Este texto hubiera sido mi primera entrada del verano de 2013, un cambio de etapa y una despedida. Se quedó esperando la continuación, la demostración del inicio de la nueva época. Pero se me acabó el verano en la fase de documentación previa. Qué ingenuo, pensar que encontraría respuestas en quince días.
Entrada del 22 de octubre de 2013. Revisada el 14 de marzo de 2023.
¡Qué horror, ser una sola cosa!
Primero fue la felicidad, nuestra patria real. Un habitación para jugar, la nieve fuera, el tiempo eterno. Mi infancia acabó a los ocho años, y con ella mi estancia en la eternidad. Puedo nombrarla, pero ya no la habito. Sin embargo aviso: es una distancia que no duele, ese que miras en la foto no soy yo.
Cambio de ciudad. La pequeña soledad tímida se cubrió con capas superpuestas de lecturas y cine, y creo que crecí más por dentro que por fuera y así a los diecisiete llevaba conmigo mi habitación, tenía el corazón roto pero ya era quien soy, doble o triple. Aprendí entonces que hay quien crece cambiando de piel y quien crece acumulando anillos.
En los veinte encontré el amor feliz y a los veinticuatro tenía trabajo para siempre. No está mal. Si hubiera podido todavía sería estudiante, yo soy un aprendedor. Dejé a su suerte una novela, mi última novela. ¿Te la resumo ahora?
Se subió a la tarima, escogió el gesto, y dijo su palabra exacta. Y el resto de profetas y charlatanes siguieron su charloteo, y el ruido no cesó.
¿La palabra exacta? Se oye continuamente, es una más en el ruido que nos rodea. Lo que lleva una vida no es encontrar la palabra exacta, es reconocerla.
A los treinta y tres dejé de ser el centro del mundo — tuve a mi hija. Mi tiempo dejó de ser mío, y vi que era bueno.
Mi tendencia natural, lo creas o no tras estos años, es al Λάθε βιώσας. Oculto y múltiple, hubo que elegir una sola vida y renunciar a las otras. Pero una historia es una mentira simplificatoria. Siempre he estado en otro sitio también. Y ahora, en esta entrada, estoy dentro y estoy encima, la veo desde fuera. Ya es literatura.
Con el 2000 llegaron tiempos geniales. Mis años en el candelabro. Cumplí cuarenta, me acordé de la crisis, y me dije: ¿por qué no? ¡ahora! Concidió con la explosión del software libre en educación y la formación en tic, y mi currículum se llenó de gente y ciudades, y yo iba con mi bandera.
La vida es un continuo, un derrumbe, vale, pero tiene separadores. No un cumpleaños o un número redondo, unas enfermedades abrieron nueva década. Otra vez lo importante llama a la puerta, y está bien atender a lo importante, y volver a lo pequeño, a apurar el placer de los detalles cercanos. Sí, a apurarlos. Sí, el placer de lo cercano, no es ninguna renuncia. El tiempo siempre fue un pasillo estrecho, pero ahora veo la pared del fondo. ¿Cuántos años me quedan de lucidez y fuerza? ¡Cuántas preguntas tengo pendientes de responder, cuántas investigaciones fascinantes aplazadas! ¿Aplazadas hasta cuándo? Amigos del candelabro, creo que llevamos años repitiéndonos. Sabemos qué hay que hacer, falta hacerlo con coherencia y continuidad. Aquí lo importante está dicho, y ahí fuera está todo por decir. Amigos a los que quiero, hay otras partes de mí que me reclaman.
Si ya vivir una sola vida, si atenerse a lo elegido, es una limitación, ¿cómo dejarse encerrar en las etiquetas? ¡Qué horror, ser una sola cosa!
Cuando me llevéis a quemarme, árbol sensitivo, no importará si aprendí, sino que quise aprender. Si supe querer o no, eso no estará en los papeles.