Esta entrada, de mayo de 2009, no se publicó. La circunstancia es la noticia de la creación de un nodo neutro de contenidos educativos donde iban a participar las editoriales y las tecnológicas, el comienzo del asalto comercial a la escuela TIC. Reviso los enlaces y la publico el 11 de marzo de 2023.

Aunque hay silencios clamorosos (ay, nuestra intelligentsia educativa a sueldo o aletargada), se ha escrito bien y suficientemente: el maestro Adell, Dreig, la circular de icono de enlace roto Hispalinux (2023) y las informaciones de la lista de socios, el wiki de campaña de icono de enlace roto Llibresdigitals (2023)... parece que la inmensa minoría digital tiene una opinión clara: la iniciativa es un error vergonzante. Una idea que ignora la historia de los centros y la España de las autonomías educativas de los diez últimos años, que insulta al profesorado (yo me siento insultado personalmente) y quiere dejar en manos de las editoriales la educación es sencillamente una metedura de pata grave, independientemente de los favores debidos y del aliño con que se quiera vender. Punto, poco más que decir sobre esto.

Uno, en su inmodestia, quiere plantearse el tema desde otro punto de vista: me gustaría reflexionar sobre cómo ha sido posible. Como el ajedrecista que sabe que la única solución para algunas posiciones es no haber llegado hasta ahí, quisiera escribir sobre qué hemos hecho para permitir que la medida no fuera descartada non-nata por tan absurda como declararle la guerra al mar.

No soy tan ingenuo; sé que la política actual consiste en vender sueños, que los coches bailan rap, si es lo que toca (icono de enlace roto Escolar [2023] habla de naranjas, es la misma metáfora). De lo que hablo, a ver si empiezo a explicarme, es de no hemos sido capaces de crear un estado de opinión en el que esa fantasía mediática (pantalla de negocio, claro) no fuera vendible.

Repasando la historia

Quizás alguien no sepa todavía que en algunas autonomías hace años que se apostó por el software libre en la educación. Que yo sepa la cosa empezó en Extremadura, quizás por iniciativa de la Consejería de Educación y bendición de la superioridad (Rodríguez Ibarra la sigue defendiendo). En Andalucía yo diría —admito/espero rectificaciones— que comenzó en Industria/Innovación, pero también se ha centrado fundamentalmente en introducir los ordenadores en las aulas andaluzas. No toca hablar de las razones. En otras comunidades también se ha apostado por llevar los ordenadores a las aulas, a algunas (la mayoría: el famoso laboratorio de informática con el nombre más o menos cambiado) o a las clases de verdad (menos veces y una medida que desde el punto de vista pedagógico es radicalmente diferente). En algunos casos se ha optado por el arranque dual, en otras por Windows, en algunos núcleos experimentales por Macs... Mi impresión es que los resultados logrados han sido similares en España, Francia o Estados Unidos: han dependido del profesorado, quizás también de los medios pero nunca del sistema operativo.

Hay que escribirlo: conociendo las reglas del juego, los responsables fueron muy valientes en sus apuestas, y hay que estar agradecidos todavía a unas cuantas personas con nombre y apellido. Pero muchos otros, los supervivientes, no se han mojado nunca: nunca han creído en los proyectos ni los han comprendido, y aprovechan cualquier problema en beneficio propio.

Pérdida por incomparecencia

Sencillamente, la guerra de la propaganda se ha perdido por incomparecencia. El software o el conocimiento libres no tienen comerciales, no dan comisiones, invitan a conferencias cutres. La imagen de un software pobre, puesto para ahorrar dinero, pero que nadie que puede elegir utiliza (no se utiliza en general en la administración, ni en el sistema de formación, ni en otras consejerías)... la idea de recursos de poca calidad, repetitivos, aislados, provincianos...

Volvamos a la pregunta inicial: ¿cómo hemos llegado hasta aquí? Hemos visto la iniciativas, adivinamos las luchas por no perder mercado... Falta analizar el papel de un agente: la comunidad. La comunidad de software libre a primeros de la década tenía una propiedad muy interesante y que no se ha dado en otros países: en su gran mayoría y con más o menos entusiasmo estaba integrada en una única organización, Hispalinux. Miembros de Hispalinux (junta directiva y cercanías) estuvieron en las conversaciones previas a las iniciativas españolas, dando cuerpo a las propuestas y apoyándolas cuando se presentaron.

Ha pasado lo siguiente: de pronto todos los protagonistas destacados de la comunidad de software libre estaban trabajando en los proyectos institucionales. La Hispalinux de militantes se convirtió en la Hispalinux de empresas. Nada que objetar, salvo que se ha dejado solo al profesorado a pie de aula. Simplificaré, pero poco, amicus platoni, sed...: tanto para Hispalinux como para la administración el trabajo terminaba cuando se contrataba la distribución, se ponían los ordenadores en las aulas y se establecía el sistema de administración de la red. Pues no, amigos, no. Ese día empezaba la historia. El problema de siempre ha sido qué hacer con los ordenadores, e Hispalinux como red social organizada debía de haber estado en la batalla de generar recursos y comunidad, fomentar la visibilidad de lo hecho y criticar los parones.

La muerte por asfixia de sl-educación fue una tragedia. La explosión de la web2.0 (tm) no ha ayudado en absoluto. De tener una lista donde todos/as podíamos participar y donde todo quedaba apuntado hemos pasado a cientos de listas, foros, cantones, redes, bitácoras y microbitácoras, en un estallido de temas entrecruzados, o dispersos, o solapados. Estamos en la internet de los egos, donde la metáfora básica es el diario personal. Para que un texto de una persona llegue tiene que ser referenciado por Adell o Potachôv — la participación es libre y todo el mundo tiene voz (¿antes, en sl-educación, no?) pero es un medio mucho más intermediado.

Nos ha faltado, nos falta, poner en común los proyectos; publicitar, presumir de lo mucho que se está haciendo.

¿Esfuerzo insuficiente?

Unas administraciones timoratas y enrocadas en su micropoder. Un profesorado conservador, que pretende enseñar lo que aprendió. Una comunidad desarticulada. ¿Es eso todo? A ver: una red de unos 300.000 ordenadores, en pie desde hace seis años; miles de actividades y recursos, miles de horas de formación, una explosión de redes educativas. ¿Hay que eliminarlo todo y empezar desde cero? ¿asistimos al reconocimiento de un fracaso o a su fabricación?

Por lo que puedo hablar, lo que yo he visto en Andalucía, el gasto material (equipos, redes, conectividad) ha sido enorme, y el esfuerzo en formación también. Se enfatiza la escasez de resultados, y es cuestión larga de reflexionar, y nos distraería del hilo de esta entrada. Apuntaré sólo al principio de no confundir la anécdota con la categoría (errores en contrataciones, malos servicios), a la situación de que se partía y lo ambicioso del proyecto, y a que el modelo andaluz de formación parte del mito fundacional (los movimientos de renovación pedagógica) de una escuela militante que desea formarse y del sistema de formación como un servicio. ¿Quién ha dicho que el profesorado tenga que crear recursos? Puede que lo haga, puede que no; lo esencial de la labor del profesorado es crear ocasiones de aprendizaje, y dar estrategias para que se produzca; cómo tienen que ser los recursos, digitales o no, para que tengan que ver con las ocasiones de aprendizaje es justamente la cuestión.

Las cosas, estas cosas, no pasan porque sí. Alguien hizo que pasaran, si queremos que sean de otra manera tenemos que forzar que sean de otra manera. A ver si se enteran, señores que mandan. Ustedes están ahí porque les ponemos, y hacen lo que hacen porque les dejamos. Proyectos congelados el primer día, administraciones timoratas, fotos de cartón piedra. Sepan que en la escuela los contenidos digitales privativos no nos sirven para nada. Y los contenidos digitales nos sirven si podemos desencuadernarlos, si podemos reutilizarlos, remezclarlos de mil formas. Si podemos pintarle bigotes a la Gioconda.