Demasiado inteligente para ser vanidoso
Espero que se comprenda que el título pretende ser una paradoja bromista — si no lo ven así los que me conocen debo empezar a sospechar que ⌝A & B. Independientemente de lo que quiera creer :-)
Entrada del 7 de febrero de 2009. Revisada el 16 de marzo de 2023.
Esta entradilla está escrita por diversión, por el mero placer de leer y escribir. Y para escapar al encasillamiento tic de los últimos años. Me voy acercando a los cincuenta años, ya sé que la vejez es una condición asombrosa en la que nadie se reconoce y hacia la que me acerco con curiosidad. Ya sé también algunas cosas que no haré nunca, cómo no seré nunca, que si puedo aportar algo es mi curiosidad dispersa y mi esfuerzo por sintetizar un saber cada vez más desordenado.
Podéis suponer que, como un poquillo filólogo que soy, me gusten los diccionarios, de hecho los colecciono — no seré el único. Me gusta ojearlos al azar, descubriendo términos y sentidos. Es verdad que cada idioma es un mundo. Me gustan los juegos que utilizan diccionarios, como ese de inventar definiciones más convincentes que la verdadera. Y me encantan las etimologías, conocer la vida que hay detrás de las palabras y el viaje por la historia de los significados. Mi diccionario favorito es el Diccionario etimológico indoeuropeo de la lengua española de Edward A. Roberts y Bárbara Pastor (Alianza Diccionarios, 1996). Cada vez que lo abro me zambullo en una experiencia fascinante de conexiones entre palabras e ideas, en una epifanía insospechada de parentescos — ¿no era eso lo que buscaba?
Ayer me surgió la pregunta, ¿cómo es posible que el agua tenga unas etimologías tan distintas en nuestras lenguas? ¿Por qué tenemos los derivados de aqua, de ὕδωρ y los aparentemente tan lejanos wasser/water? ¿De qué misterioso origen salen, de qué metáfora olvidada? La consulta de la raíz de «agua» no me llevó muy lejos, parece un río sin recorrido. Pero «wed-» (agua, mojado) sí. Por supuesto vienen todas las cabezas del griego hidro- (también clepsidra, en la que yo no había caído), pero después nos devuelve el latino lutra para nuestra acuática nutria, y onda (¡y abundar!); y en su versión germánica, «*watar», nos da váter, vaselina, y el agua de vida whisky. La misma agua de vida a la que en eslavo llaman con cariño agüita (vodka).
Ya por azar y puro capricho descubro que la misteriosa para mí feather del inglés (de la raíz «pet-», que significa precipitarse, volar) está emparentada con nuestros pedir, propicio, pana (de algo así como *petna, como el italiano penne), helicóptero, síntoma o hipopótamo (alas en hélice, lo que nos acaece, un río como una corriente que se precipita, todo son metáforas). ¡Claro! ¡Había olvidado completamente la Ley de Grimm!
Ya está, unas cuantas líneas que pasan a una bitácora en la red de araña que nos une. Unas líneas que formarán parte de lo que he dicho y hecho.